Como habrán podido comprobar vamos sin prisa pero sin pausa. Ya tenemos dos libros en el catálogo y hoy quería hablarles, como es lógico, del segundo que hemos publicado. No podíamos hacerlo antes porque él autor, inocente él, presentó el original a un premio literario que siempre se acaba entregando a un escritor que ya ostenta un reconocidísimo prestigio.
No es que esto, en sí mismo, sea malo pero los premios literarios nacieron para que los autores noveles o muy poco conocidos fueran mostrados en un mayor escaparate. Para los escritores reconocidos se crearon galardones que premian toda su trayectoria como el Premio Cervantes o el Nobel.
Y me estoy yendo por la tangente. El caso es que Arnau de la Torre presentó la novela al susodicho premio y, en las bases del mismo, se halla la condición –leonina, por cierto- de que la empresa que organiza se reserva un derecho de tanteo, por si quiere editar la novela, durante un plazo de tres meses en los cuales la obra se halla, de facto, secuestrada.
A Arnau, un agente literario, en un momento en que tenía la guardia baja, le comentó que la novela no se la iba a publicar ninguna editorial de las “grandes”, y no porque fuera mala, que no lo era, sino porque todas estas editoriales tenían división de libros de texto y la Iglesia posee en España un montón de colegios y no podían arriesgarse a perder un bocado exquisito anual –ya saben Vds. el negocio: los libros de un año no sirven para el siguiente y así los padres han de volver a comprarlos aunque tengan varios hijos- por el resultado, incierto comercialmente hablando, de una sola novela. No sé si será esta la causa, solo les cuento lo que Arnau me confesó cuando me pidió que leyera su novela.
Nosotros nos hemos atrevido. Es una novela de denuncia que pretende sacudir el sopor de la sociedad. Estamos acostumbrados a callar cuando las cosas le pasan a gente que no conocemos, cuando le pasan a gente conocida pretextamos que si callamos quizá no nos pase a nosotros y, así, pasito a pasito, cuando nos damos cuenta ya nos va a pasar lo mismo que a los demás.
Les diré que, lógicamente, he tenido que leer esa novela, La Alianza del Arco Iris, muchas veces. Cuando la abrí por primera vez me enganchó desde el primer párrafo y mi interés se prolongó hasta el final. Es un texto comprensible, cuidado, trabajado, bien documentado, se nota que sabe de lo que habla, que conoce a sus personajes... Y logra contagiarte sus emociones y sentimientos. Esto no lo consiguen todas las novelas. Las hay cultísimas pero incomestibles, de las que o se te atragantan o te empachan. La Alianza del Arco Iris no es así: se digiere fácilmente, pero te queda un sentimiento amargo, muy amargo.
Y tiene otra virtud: nadie puede sentirse insultado. El respeto con que trata a las instituciones, las creencias, las inclinaciones es palpable. Si alguien se siente ofendido por el contenido de la novela será porque confunda las churras con las merinas, no porque en su interior haya ningún ánimo por insultar o descalificar a nadie y eso es palpable en el texto.
Es la historia de un hombre que se sitúa en un ambiente determinado pero igual se podría haber situado en otro porque es eso: la historia de ese hombre y no de otro. Y de su conducta no se hace responsable a nadie sino a él mismo. Cierto es que la acción va poniendo en evidencia algunas contradicciones e hipocresías que practicamos. Pero no solo los personajes sino casi todas las personas. Y Vds. saben que aquél que sale el primero del armario, de cualquier armario, para denunciarlo es siempre vilipendiado y calumniado.
Yo auguro un buen éxito a este alumbramiento. El niño que nace ahora crecerá en difusión y valor conforme pase el tiempo. Estoy seguro.
A Vds. se lo encomiendo.