Opiniones de un Creyente

El autor, de amplia formación universitaria, no es un teólogo profesional. Prefiere presentarse como una persona que profesa la religión católica desde su fe.
Y ha sido esa fe, adoptada a través de las enseñanzas de la propia Iglesia, la que le ha hecho cuestionarse el contenido de las mismas, lo que lleva a cabo mediante el análisis de aquello que profesamos creer en el Credo.
Sus pensamientos, debidamente sistematizados, han dado lugar a este libro cuyo contenido, sin salirse un ápice de la ortodoxia católica, nos ofrece una visión original de las creencias que engloba nuestra religión.
No espere el lector un aburrido libro de teología sino una exposición, fácil de leer y comprender, de la esperanza que encierra el cristianismo.
Una obra llena de sentido para aquellos que profesan la fe católica. Para los que tienen otras creencias puede ser muy útil para comprender en qué consiste esa fe desde el punto de vista de un creyente raso, es decir, sin cargo eclesiástico alguno.
Precio: 12 € (IVA incluido)


244 páginas.

LEER PARTE DE LA OBRA:

INTRODUCCIÓN
“Opiniones de un creyente” es un título deliberadamente neutro que, por otra parte, expresa con cierta exactitud el contenido de este ensayo. En efecto, podría titularse “mis creencias”, si no fuera porque éstas están a su vez bastante definidas “a priori” por la pertenencia del autor a una confesión religiosa concreta (la cristiana-católica) de la que entiende no apartarse en lo sustancial. De modo que, cuanto menos, mis creencias serían nuestras creencias. Y no me siento facultado para calificar con tal determinante colectivo lo que es puramente personal.
Ahora bien, dentro del ámbito de una confesión religiosa, con unos contenidos mínimos que son objeto de una fe compartida, existe mucha más libertad de la que se suele creer, y aun tomársela, para deducir consecuencias, teóricas o prácticas, de aquello que se cree, para interpretar de esta o aquella manera lo que se cree o, en fin, para afirmar o negar aquello que, sin ser materia de fe, puede ser creído por razones tan respetables como la tradición o la investigación teológica. 
Es sobre esta materia que, como se verá, es más amplia de lo que puede parecer, sobre la que recaen estas opiniones.


La palabra opinión tiene una connotación levemente negativa desde que los filósofos griegos la contrapusieron a la ciencia o pensamiento riguroso. Desde entonces, la pobre opinión arrastra la cruz de ser tomada por la hermana frívola del pensamiento serio. Aunque no estoy calificado para ello, quisiera desmentir de antemano esa supuesta ligereza, que he buscado en la expresión pero no en la reflexión. Si hablo de opiniones es porque en esta materia, fuera de algunas certezas mínimas (incluso ellas frecuentemente asediadas por la duda) todo es opinión, bien que no necesariamente subjetiva. Me interesa subrayar esto, no sólo por la humildad que parece preceptiva cuando uno se pone a escrutar las cosas de Dios, sino también porque es frecuente tropezarse en el campo de la teología especulativa con autores que saben las cosas con una certeza que, desde luego, niegan a la Palabra revelada.
En fin, se trata de las opiniones de un mero creyente, sin más título para emitirlas que el de su leal saber y entender, ajeno, gracias a Dios, al proceloso mar de la Teología, al que inevitablemente hay que recurrir, pero al que prefiero no frecuentar en exceso. No se busquen, pues, originales teorías ni grandes construcciones intelectuales, que no las hay.
Del mismo modo, al estar dirigidas a un supuesto público no especializado, sino meramente interesado en las cuestiones religiosas, no se pretende utilizar lenguajes esotéricos que, como mínimo, dificultarían la comprensión. He tratado más bien de utilizar términos corrientes y he procurado definir previamente cualquier significación particular que haya dado a los mismos. En fin, he intentado, no sé si con éxito, situarme en un término medio entre los que omiten dar explicaciones, dándolo todo por supuesto, y aquellos otros que, honrados pero fatigosos, nos abruman justificando con argumentos y citas el más mínimo paso mental que dan.
Por ese motivo he tratado de eliminar citas y notas, tanto más cuanto que, aunque influido inevitablemente por lecturas de autores diversos, he procurado no utilizarlos en este libro sino en la medida en que estaban ya asimilados previamente por mí. He hecho una excepción con la Biblia por varias razones, entre las cuales destacaría la de ahorrarme transcripciones fatigosas, citando capítulo y versículo de un libro que creo al alcance de todo el mundo, además de que esto me forzaba a jugar limpio con el lector, que podía, en su caso, cotejar la cita en su contexto y discutir o aceptar mi interpretación.
Las opiniones que se recogen son el fruto de la reflexión del autor a lo largo de varios años, en el curso de los cuales ha ido creciendo su interés por las cuestiones religiosas junto con su implicación en minúsculas actividades de la Iglesia. En concreto, buena parte de ellas son producto de la actuación del mismo como catequista de confirmación y derivan de la inquietud y desagrado con que se han visto los programas al uso.
Por tratarse de opiniones estrictamente personales no pueden atribuirse sino a su autor. Si bien es cierto que éste hace profesión de ortodoxia, en cuanto que pretende no desviarse sustancialmente de lo que enseña nuestra Santa Madre Iglesia, no es su propósito actuar como portavoz de ésta, ni siquiera con la loable finalidad de mejorar la expresión de las creencias que ésta profesa. Por la misma causa, los numerosos errores que cometa el autor son de su propia cosecha, y, una vez advertidos, serán objeto de la pertinente enmienda.
A estas alturas cabe preguntarse, yo mismo lo hago, cuál es la finalidad de este escrito. Con franqueza, no lo sé. Tal vez responda a eso que decía Sherlock Holmes de que la mejor forma de conocer un asunto era escribir una monografía sobre él. Y prescindiendo de la connotación científica de la palabra monografía, algo hay de eso: no hay mejor método de aclarar las propias ideas que ponerlas por escrito. De modo que, lo confieso, hay un evidente interés propio en el origen de esta obra, y en buena parte ha cumplido su misión mientras se iba haciendo.
Lo que sí quiero dejar claro es que estas opiniones no pretenden convencer a nadie, ni mucho menos reclutar adeptos. Cuando Jesús nos dice que es estrecha la senda que conduce a la vida (Mt. 7,14) no nos incita a buscar la dificultad por sí misma, ni menos aún a considerarnos uno de los escasos elegidos, sino que nos anima a buscar nuestro propio camino. En efecto, Jesús, como cualquiera que frecuente los caminos del campo, sabía que la principal diferencia entre el camino ancho y la senda estrecha está en que por el primero uno se deja llevar, mientras que las sendas hay que buscarlas primero, y el seguirlas después exige nuestra constante atención. Ese camino, en el que uno arriesga tener que retroceder y hasta puede extraviarse, es paradójicamente el que se nos pide que tomemos.
Estas opiniones son, en el plano teórico, la senda estrecha por la que he transitado e invito al lector a caminar por ella calculando cada paso, advirtiendo los obstáculos que he dejado por remover, obviando los vericuetos en que me entretengo o directamente, tomando otra vía más segura pero no menos personal. Mi pretensión sería que mis opiniones sugirieran a cada lector las suyas propias, sin que me importe que coincidan o no con las mías. Al final, es probable que el lector se diga que he descubierto el Mediterráneo, y tal vez tendrá razón. Pero, por mucho que sepamos que existe, cerciorarnos personalmente de su presencia es un objetivo que estimo suficiente.


El que se trate de opiniones no impide, en fin, que se expongan de manera que se pretende estructurada. Por ello he dividido la obra en dos partes. La primera es la relativa a las creencias propiamente dichas y sus derivaciones o relaciones con las cuestiones que nos afectan vitalmente. La segunda explora las consecuencias de ese creer en orden a nuestra salvación. Le he dado el pomposo nombre de “esbozo para una teoría de la salvación” y en ella pretendo aclarar qué es lo que nos salva a los hombres y, de paso, me veo obligado a entrar en la espinosa cuestión de en qué consiste la salvación.

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